jueves, 24 de julio de 2008

El día que me quieras

Buenos Aires

El Jardín Japonés es una pequeña maravilla ubicada dentro de los Bosques de Palermo, una gran maravilla de esta ciudad. Es posible que el haber nacido a pocas cuadras de ahí, haber aprendido a caminar entre sus bancos, haber demostrado sobre su césped mi absoluta ineptitud para el deporte en general y el fútbol en particular, haber padecido allí fiestas estudiantiles escuchando al inevitable Silvio Rodriguez y su traspapelado Unicornio o cantado sobre tomates, latas y la mujer del obrero, además de que hoy siga intentando cada tanto correr más de cien metros alrededor de sus lagos no haga de mi un observador imparcial.

De imparcial, no mucho. Los Bosques de Palermo son para mi el centro del universo, mi lugar en el mundo. Ver los jacarandá en flor es una experiencia que no debería serle negada a nadie. Es más, alguna convención internacional tendría que garantizar ese derecho.

Hace un par de años, en una celebración en el Jardín Japonés escuchamos a una joven japonesa cantar con una voz cristalina canciones tradicionales de su país, vestida con una explosivo kimono de flores. Al terminar, siguió parada en el puente rojo del jardín y luego de esperar un par de minutos, arrancó con una de las mejores intrepretaciones que yo haya escuchado de El día que me quieras de Gardel.

Recordé esa tarde cuando miré el video del extraño recital de un cantante argentino y uno japonés, en ese mismo lugar. Alfredo Casero grabó en Argentina Shima uta, una canción de Miyazawa, escuchada por casualidad en un restaurante japonés. El resultado fue un éxito sorpresivo que culminó con la visita a Buenos Aires del asorado autor que, a diferencia de la bella cantante, ni siquiera sospechaba el español, así como Casero solo conocía el japonés fonético de la canción.

Tanto la porteña en kimono como Casero cantando en japonés me producen una mezcla de placer y emoción. Vaya uno a saber si no es aquello aprendido en la escuela, del crisol de razas, de la tierra de inmigrantes y demás tópicos. Pero en todo caso, al menos en mi, aún funciona.

5 comentarios:

NáN dijo...

No está nada mal haber tenido un parque así para aprender a caminar y a mirar.

Y te agradezco que nos lo traigas con todas esas historias. El chflán lo estáis convirtiendo en algo entrañable. Pero no os podéis permitir quedaros sin Mikto. Algo tendréis que pensar.

rinconete dijo...

No existe la posibilidad de que nos quedemos sin el amigo mikto.
Esa posibilidad no está contemplada en la carta fundadora del chaflán.

rinconete dijo...

Y me olvidaba, amigo nán, gracias por el agradecimiento.

chicoutimi dijo...

Me encanta el jardín japoargentino. Y la foto de las jacarandas. Me gusta mucho la estética japonesa, en general.
Y me habría encantado ver a esa chica cantando El día que me quieras! Seguro que fue de poner los pelos de punta.
Y lo de mikto es complicado, puesto que le perdemos para (algunos de nosotros) recuperarlo. Qué preferimos? Ah, dilema...

Rfa. dijo...

Los jardines japoneses son, sin duda, una de mis grandes debilidades. Sobre todo los jardines secos. Siempre me transmiten una sensación total de fragilidad y equilibrio. A pesar de que me vuelven loco los árboles, creo que es muy interesante experimentar con otro tipo de espacios naturales. Eso sí, Rinconete: las jacarandas de la foto son espectaculares.
Respecto a lo de cantar en japonés, comprendo tu entusiasmo: realmente es bonito combinar dos culturas tan diferentes a través de la música. El problema es que en estos tiempos que corren de youtube, karaoke y frikismo, cada vez es más frecuente ver a seres ridículos que se aprenden las canciones de sus series de anime favoritas, y eso acaba quitándole un poco de encanto al asunto.