jueves, 10 de julio de 2008

Con la casa a cuestas.

Madrid.
Cuando uno viaja, el sitio donde se queda a dormir pasa a ser una especie de prolongación de su casa. Siempre que yo llego a un hotel o monto la tienda de campaña, por ejemplo, necesito practicar el ritual de la hogarización: saco las chanclas y el viejo neceser, vacío la mochila, escondo el dinero... y es como si nunca hubiese salido de Madrid. A continuación siempre miro por la ventana. Al otro lado lado del cristal está el mundo raro, nuevo, desconocido, y a este lado están el confort y la tranquilidad que proporcionan unas chanclas gastadas. Es un contraste muy estimulante entre lo viejo y lo nuevo, entre lo propio y lo ajeno, ¿no os parece? Esa primera impresión siempre se me queda muy grabada. Hay ciudades maravillosas que en mi cabeza están asociadas al patio de luces del hotel cochambroso donde me alojé cuando las visité, o a un cartel de neón que se colaba por los visillos, o al ruido de los bares de abajo. Cuando fui a Buenos Aires, la primera imagen que tuve de la ciudad fue la de este maravilloso chaflán de San Telmo. Es lo que se veía desde la ventana del piso de un amigo que me acogió, justo entre las calles Defensa y Estados Unidos. Aquí fue donde se decían buenos días en mi cabecita, cada mañana, Madrid y Argentina. Y ahora que estoy publicando una serie sobre aquel viaje en mitte, me ha parecido interesante contároslo. Si os apetece ver ésta y otras fotos porteñas a mejor calidad, os invito a que visitéis mi fotolog.

3 comentarios:

rinconete dijo...

Es muy buena la imagen de las chanclas.

Cuando viajo los gestos que significan la apropiación del lugar son, primero, mirar por la ventana y luego apoyar el libro que estoy leyendo en la mesa de luz. A partir de ese momento mágico ese lugar es mi casa y eso más allá de que abra o no el libro en cuestión antes de volver a guardarlo en mi valija.

No se por que ahora recuerdo algo que me pasaba de chico, cuando viajábamos con mi familia. En auto, en un autobus o incluso en un avión siempre prefería leer a mirar por la ventana. Mi madre nos explicaba que estábamos pasando junto a un lugar excepcional pero vaya uno a saber porque, dejar de leer me generaba un infinito fastidio.

El libro en la mesa de luz es probablemente un resto de aquella patología, aunque hoy también miro por la ventana.

chicoutimi dijo...

Admiro a los que podéis leer en el coche, para mí es imposible intentarlo sin marearme. En el avión me gusta mirar por la ventana, sobre todo cuando voy a España. Hace poco volé a Murcia, al aeropuerto de San Javier, y disfruté hasta la emoción de la vista aérea de la costa mediterránea, desde Valencia hasta el Mar Menor.

Leyendo el post me doy cuenta de que no soy consciente de cuáles son mis gestos para hogarizar estancias cuando voy de viaje, pero seguro que los tengo, yo creo que todos los tenemos. Supongo que tendrán que ver con el neceser. En el próximo viaje me fijaré mejor.

Me ha hecho gracia la ubicación de la casa en Buenos Aires, entre Defensa y Estados Unidos. Vaya. Igual las calles desembocan en la plaza Guantánamo...

NáN dijo...

Fuera de casa nunca estoy en casa. No hago más que echar de menos mi casa. Saber dónde está el nescafé, el azúcar. Saber que si me da un insomnio puedo hacer un montón de cosas sin molestar a nadie.

Por eso no me gusta viajar y me niego siempre a quedarme a dormir en otro sitio. Me angustia.

Eso mismo le pasaba al niño del famoso libro de Proust. No recuerdo que me pasara de niño. Y menos de joven. Todo lo contrario: era emocionante. Pero me pasa ya desde hace mucho tiempo. Quizá por la fuerza con que vivo mi casa.

Un proceso de hogarización sería en mi caso un proceso muy lento.

Nota curiosa: leí el post desde el trabajo y pensé aproximadamente lo que he escrito. ¡Pero estaba seguro de haberlo escrito! Por eso me ha sorprendido que uno de los dos comentarios no fuera el mío.