viernes, 17 de julio de 2009

Batman y el Trilobite

Paris

Batman suele divertirse cuando enumero la larga lista de maravillas que no existían cuando yo tenía su edad, a fines del siglo XVII.

Le cuesta entender como era la vida sin tele por cable, internet, computadoras, Mc Donald´s, trenes bala, Apple, Discovery kids, DVD, huevos Kinder, Buzz Lightyear o Ben 10. Y sobre todo como me pude adaptar a esas terribles condiciones.

Como le han regalado un libro sobre los primeros seres vivos, comprende que en la época remota de los trilobites, hace más o menos 600 millones de años, uno no pudiera ir a jugar con la playstation del vecino, pero que su padre no haya siquiera conocido ese juego le parece un enigma. Soy desde su perspectiva una especie de trilobite que desconoce aún su condición.

Por suerte para nosotros, fósiles analógicos, el progreso no es lineal. Existen fallas en el sistema que hacen perdurar placeres con olor a naftalina. Los parques de diversiones son uno de los tantos territorio de esas fallas. Me refiero por supuesto a los parques familiares, esos en donde se respira un aire agradable y obsoleto, mezclado con olores de frituras y barbapapás.

En verano hay uno que se instala en el jardin des Tuileries, en Paris. Hay autos chocadores, calesitas, tiro al blanco y también un tren fantasma. Pero la gran rueda es sin duda el plato fuerte del programa. Fue justamente en lo alto de esa rueda que Batman, junto a su madre, sintió la misma felicidad que conoció al recibir el traje de Indiana Jones para navidad, mientras el trilobite lo miraba desde abajo, tan feliz como él.

9 comentarios:

mikto kuai dijo...

Me ha llegado al alma eso de 'cómo era la vida sin Apple', hasta he tenido escalofríos.

Qué recuerdos de los aquí llamados 'coches de choque'. Es curioso, cuando veía esos 'algodones de azúcar' me preguntaba qué sabor tendrían, pero nunca llegué a probar uno (y si lo hice no me acuerdo), ¿pero que clase de infancia he tenido sin haber probado un algodón de esos?

Tengo vértigo, aunque sin exagerar. Me dan pánico las norias. Un día tengo que subir a una.

rinconete dijo...

Amigo mikto
Confieso que una vida sin Apple me da también escalofríos, aunque muchos menos que una vida sin barbapapás.

Creo que podrías iniciar un juicio a tus padres por esa falta grave en tu infancia. Seguro que lo ganarías.

En lo que respecta a la gran rueda, recuerdo que en Berlin me subí a una con mi hija. Enfrente nuestro se sentó una pareja alemana con un chico que se parecía a Oskar, el del Tambor de hojalata. Su mirada de acero me mantuvo tan ocupado que no tuve tiempo de entrar en pánico por la altura.

chicoutimi dijo...

Mikto, cuando vaya a Madrid y haya feria, nos vamos a ir y te voy a comprar un algodón-barbapapá, porque no puede ser que nunca hayas comido uno!!!!!!!!!!!!!!

Y me uno al club de los miedosos en las alturas. Más de una vez me he quedado también mirando hacia arriba cómo mis amigos disfrutaban de atracciones que a mí sólo me harían hiperventilar.

Pero rinconete, has dado paso a mi siguiente post.

mikto kuai dijo...

Querido Rinconete, me has dado el empujón que hacía falta. El pleito ya está en marcha, mi abogado dice que tengo posibilidades.

No sé si es peor entrar en pánico en una noria o a Oskar mirándote fijamente y rompiéndote las pupilas cual cristales de ventanales.

Chicoutimi, que sepas que te tomo la palabra.

rinconete dijo...

Chocoutimi
Excelente. Tus post son el alimento del elegante chaflán.
Mikto
No reclamo ningún porcentaje sobre las posibles compensaciones financieras. Ya se encargará de eso tu abogado...

Barbapapás para todos los integrantes y lectores del chaflán!

NáN dijo...

Me uno al club de los nada de subir alto. A lo más que he llegado es a montarme con mi hijo en la montaña rusa infantil.

Por cierto, los barbapapás le pertenecen a él y a vosotros, tengo un puntito más de trilobítico.

Y otro puntito más: la primera vez que conocí el chicle fue cuando la flota americana atracó en el puerto de Alicante. Centenares de chiquillos andábamos por allí, mirando esos enormes barcos, y los marineros nos tiraban chicles que nos peleábamos para recogerlos del suelo. ¡Qué buenos estaban! Pero lo recuerdo como una película neorrealista italiana, en blanco y negro.

La ferias sí, y los algodones de azúcar.

NáN dijo...

¡Ah! Se me habían olvidado las cosas buenas: en mayo cuando cumplí 5 años, planteé seriamente en casa que ya no podía soportar la vergüenza de que me acompañaran al colegio, ya era mayor. Se aceptó mi propuesta. Tardaba 10 minutos en llegar y por la tarde, al volver, más de una hora. Sin que en mi casa tuvieran miedo de que me pudiera pasar algo que no se arreglara en la cercana Casa de Socorro.

Ese no hay peligro y esa libertad creo que compensan muchas cosas.

rinconete dijo...

Amigo NaN

Tu relato sobre el descubrimiento del chicle es digno de aquel otro en el que Aureliano Buendía descubria el hielo.

En lo que respecta a la infancia, cuando mis padres me tuvieron que enviar a la escuela no eligieron entre propuestas pedagogicas o proyectos educativos. No buscaron aquella que ensenara ademas de ingles y frances tambien computacion y ludoterapia. Eligieron simplemente la escuela publica que estaba mas cerca.
Esa libertad tambien compensaba muchas cosas.

PS: El barbapapa es, al menos para mi, el algodon de azucar.

Rfa. dijo...

Precisamente anoche estuve viendo un documental sobre un viejo parque de atracciones abandonado de Berlín. Os dejo el link, por si os apetece echar un ojo, y os cuento una curiosidad: el parque de atracciones cerró, entre otras cosas, porque el dueño intentó usar la alfombra mágica (una atracción) para importar nosecuántos kilos de coca desde Perú.