miércoles, 19 de agosto de 2009

El santo y los caballos desnudos

Buenos Aires

La Costanera Sur es uno de los rincones más agradables de esta ciudad. Tuvo su momento de esplendor a principios del siglo pasado, cuando era todavía uno de los balnearios preferidos de los porteños que, hombres por un lado y mujeres por el otro como Dios manda, venían a refrescarse en las aguas aún no contaminadas del Río de la Plata. Con el tiempo todo cambió, las confiterias desaparecieron, como los trajes de baño enterizos de los señores y, de manera más inquietante, el río.

Uno de los recuerdos que siguen presentes es la escultura de Lola Mora, Las Nereidas, un encargo de la municipalidad que debía ubicarse inicialmente en las cercanías de la casa de gobierno. La fuente, en la que se destacaban no solo mujeres sino también caballos desnudos generó desconcierto entre los ciudadanos honestos. La iglesia, siempre dispuesta a participar en los grandes debates nacionales, logró a través de sus subcontratistas de las ligas de decencia que la obra fuera relegada a los confines de la ciudad.

A poca distancia de la escultura hay una pequeña placa en honor a un santo, creo, italiano. Olvidé su nombre pero recuerdo la razón de su santidad: habría cruzado el golfo de Sorrento sentado magicamente sobre su manto. Esa proeza, digna de un David Copperfield, siempre me desconcertó. Aunque pensandolo bien las elecciones de la Santa Iglesia en lo que respecta a sus santos y beatos son, por lo general, desconcertantes. No hay premios nobel o salvadores de la humanidad entre sus huestes. No se canoniza a quien inventó la vacuna contra la polio, sino a un extravagante italiano que decidió un día tomar un transporte marítimo poco convencional.

Un antepasado mío fue beatificado por haber sido cocido en aceite hirviendo por los moros, frente a la terca defensa de su fe cristiana. Imagino que Dios, que todo lo sabe, le hubiera perdonado un pequeño paréntesis en su pasión religiosa sobre todo si estaba inducido por la amenaza cierta de ser transformado en croqueta.

Los caballos desnudos condenados al destierro y el pintoresco viajero recompensado con la salvación eterna son algunos de los tantos y misteriosos designios de la fe.

3 comentarios:

NáN dijo...

Los ríos desaparecerán, pero la fe de tu Iglesia seguirá dando p'ol culo donde quiera que la llamen y que no la llamen.

Así que ¿eres pariente de San Croqueto?

rinconete dijo...

Sobre todo donde no la llamen...
San Croqueto, una joya del santoral!

Rfa. dijo...

¿La iglesia en contra de los desnudos? No, hombre, no. La iglesia de lo que está en contra es de las medias tintas. Si te desnudas, te desnudas del todo o no te desnudas en absoluto. Y para dar ejemplo, otro santo: San Bartolomé, famoso porque en todos los cuadros de las iglesias no sólo sale sin ropa... ¡sino también sin piel! ¿Hacer nudismo? ¡No! ¡Desollarse!