Aunque andamos todos por ahí, algunos volviendo a casa cual tabletas de turrón, y otros dirigiéndose hacia nuevas y elegantes ciudades en sus vacaciones, nuestro eleganTe chaflán contará también con su post navideño. Y aprovecho para rendir homenaje a uno de mis elementos navideños favoritos: los mercados de artesanía, que podrían tener lugar en cualquier época del año, pero brotan con especial energía en Navidad.
Ya que el de Liverpool es pequeñito y se ve enseguida, aproveché mi último fin de semana en el Reino Unido (el último de 2007, se entiende) para visitar el mercado de Navidad de Manchester. Y descubrí dos cosas: la primera, que mi primera visita a Manchester no será la última, of course (espero trasladar esta corresponsalía allí al menos en un par de ocasiones), y que en Manchester hay en realidad tres o cuatro mercados navideños, y todos merecen la pena.
El más importante se encuentra en la plaza del ayuntamiento (edificio, por cierto, impresionante por sus dimensiones y por la belleza y riqueza de su fachada). En él se pueden encontrar numerosos puestos de artesanía local y de otras regiones del país, que nos brindan oportunas ideas si andamos rezagados con los regalos, pues la oferta es variada tanto en elementos como en estilos. Además, como el visitante va a pasar mucho tiempo entretenido entre los puestos, y necesitará reponer energías, podrá degustar distintas exquisiteces venidas de toda Europa, como crêpes belgas, pasteles y raclettes franceses, goulash húngaro, pfanküchen y salchichas alemanas, y ese gran invento también alemán que es el glühwein, o vino caliente y especiado, que te devuelve a la vida en los fríos días de diciembre de estas tierras. Hay incluso hasta un puesto con paella y cerveza española!
Pero ya que mis primeros días de Navidad los he pasado en Murcia, hogar, antiguo hogar, os contaré que en esta ciudad también tenemos un mercado de Navidad que merece mucho la pena visitar. Se encuentra en el paseo de Alfonso X, y en él se pueden comprar desde piezas de los belenes más tradicionales (una especialidad artesana de la región) hasta elementos decorativos casi vanguardistas; y si entra el hambre, que nadie se corte, porque ni los cordiales, ni las tortas, ni los quesos, ni por supuesto el mazapán merecen ser ignorados al pasar ante sus puestos.
Y ahora sí, me despido, y sólo me quedan dos cosas por decir: visitad el mercado de Navidad de vuestra ciudad, y tened una gran entrada de Año Nuevo 2008!
4 comentarios:
Una pregunta para graduar no el nivel de horterada, que seguro será allí similar al de aquí, viendo los trajecitos que se ponen las inglesas para cenar en los hoteles playeros, sino si se sincronizan: ¿hay en Liverpool mucha "alfarería" con los Beatles como tema?
Quedan horas para la entrada esa, ¡que sea como tú dices!
La verdad es que, al menos en el mercado navideño, no vi muchos motivos "beatleianos". Y ahora que lo mencionas, nán, es bastante curioso, porque están por todas partes!
Y respecto al nivel de horterada, mis primeras impresiones son que aquí es superior al español, pero habrá que dejar pasar algo más de tiempo...
El mercado navideño de Madrid es horrible. La gente se compra pelucas de colores y se hace fotos con el móvil, y con un poco de suerte completa el belén con alguna figurita. Mis mercados favoritos del mundo mundial son los de Alemania. Contrariamente al tópico, los alemanes son bastante propensos a la celebración callejera. Si durante el año hay puestos de salchichas en casi todas las esquinas, en Navidad proliferan mercadillos con una oferta de lo más tentadora. Si tengo que quedarme con algo, me quedo con el glühwein que menciona chicoutimi. Es, más o menos, como un caldito de cocido que pone piripi. Probablemente, una de las cosas que más feliz me hacen del mundo.
No se si se puede hablar de ¨mercado de Navidad¨ pero el comentario de chicotimi me hizo recordar las vidrieras animadas de los grandes almacenes de Paris. Año tras año cada almacén rivaliza con su vecino haciendo que sus peluches, Barbies y aviones de Lego se muevan gracias a unos hilos más o menos invisibles al compás de una música mecánica, por lo general horrible.
Lo extraño es que si bien es inevitable, cuando uno ve el espectáculo por primera vez, burlarse de los parisinos y sus hijos que se amontonan en cada navidad frente a las vidrieras, es también inevitable volver al año siguiente siendo un espectador más.
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