domingo, 31 de mayo de 2009

Del tiempo y la ciudad

Buenos Aires (plagio del blog de 791cine)

Según el site del MALBA, el fabuloso documental de Terence Davies que se estrenó ahí y en el Arte Cinema es una celebración de la mítica ciudad inglesa (Liverpool).

Si bien es cierto que la película solo ofrece imágenes de la mítica ciudad, creo que lo que realmente muestra es mucho más íntimo. Como señala el amigo Monteagudo, el punto de partida no podría ser más local y, sin embargo –como sucede, por ejemplo, con el cine del japonés Yasujiro Ozu–, no podría ser, al mismo tiempo, más universal..

Usando su ciudad natal como pretexto y sus cambios inexorables como hilo conductor, Terence Davies en realidad nos cuenta otra historia. La de alguien que decidió tomar un camino diferente al que tenía trazado, pero que al final de su vida añora aquello de lo que escapó.

No hay lamentos lacrimógenos sino una gran lucidez y un refinado humor crepuscular. Las citas son perfectas y la cavernosa voz en off del director nos acompaña desde la primera imagen hasta la última, sorprendentemente esperanzadora.



Quien deje pasar esta perla será condenado al infierno papista que tanto turbó la infancia del pequeño Terence.

viernes, 8 de mayo de 2009

La casa en el cielo

Buenos Aires
Desde chico me fascinó. La descubrí un día que paseaba por el centro, casi invisible detrás de unos carteles publicitarios. Tuve la impresión de haber encontrado la isla flotante de Lemuel Gulliver o la caverna secreta de Robinson Crusoe. El encanto se diluyó un poco frente a la tibia reacción de mis amigos, que desconfiaban de su existencia o mucho peor, se desentendían de ella.

Durante uno de esos kilométricos almuerzos de domingo, un tío me contó que se trataba del famoso chalet de la casa Díaz, una mueblería que había conocido su momento de gloria en los años cincuenta.

Recién ahora supe la historia del chalet construído sobre un edificio por el señor Díaz, self made man y fundador de la empresa homónima. Fascinado, como yo con su casa, por un chalet más o menos normando que vió en Mar del Plata decidió construirse uno en lo alto de su mueblería. No tenía otra razón de ser que la de evitarle tener que volver a su casa, ubicada en las afueras de Buenos Aires, para almorzar y dormir la siesta. Podía accesoriamente mirar su imperio desde arriba.

Nada sabemos de la señora Díaz, si cultivaba geranios en su jardín celestial o colgaba la ropa en una soga sobre la 9 de julio. Si eligió con amor la vajilla y el color de las cortinas del bow window o si prefirió alejarse con prudencia del castillo en el aire de su marido.

domingo, 3 de mayo de 2009

Thoreau, la fiebre porcina y la tos ferina

Buenos Aires
En el ferry que va de Buenos Aires a Colonia, el viernes pasado una familia venía disfrazada de pandemia. El papá, la mamá y la empleada doméstica llevaban barbijo y unos guantes de latex, de esos que usan los cirujanos para operar o los almaceneros para cortar jamón. Sorprendentemente los hijos del matrimonio no estaban protegidos por las medidas profilácticas e iban por el mundo como cualquier hijo de vecino. De vez en cuando la madre luchaba con los guantes de látex, sacándoselos para buscar algo en la cartera y volviéndoselos a poner ante la mirada severa del jefe de familia. Cada tanto él se sacaba el barbijo para preguntarle algo a alguna de las azafatas. Frente a una enfermedad tan contagiosa como la fiebre porcina, ese hombre precavido no dudó en encerrar a su familia junto a 300 posibles infectados durante casi dos horas, con el único objetivo de disfrutar de un fin de semana largo.

Hace algunos años ibamos a morir víctimas de la fiebre aviar, más modestamente a escala local conocimos después el terrible antavirus y ultimamente también el dengue que según las noticias nos iba a diezmar justo antes que la fiebre porcina tomara la iniciativa y desplazara a las otras calamidades de la primera página de los diarios.

Hoy nos enteramos que tal vez esta última peste no sea tan calamitosa y que incluso, después de una semana de pandemia anunciada, ya estaría menguando. La prueba la vemos en los medios en donde pese a la voluntad de nuestra ministra de salud, que no deja pasar la oportunidad de fotografiarse con barbijo, los diarios hablan más de las próximas elecciones que de fiebre porcina. El diario español El País dedica más espacio al histórico 6-2 del Barça sobre el Real Madrid (resultado que según mi mujer, debería haber sido aún más contundente)que a la pandemia inminente.

Más que de gripes y fiebres, somos los eternos convalecientes de la enfermedad de las noticias del día.

Hace 150 años, Henry David Thoreau escribió en Walden:... tenemos mucha prisa por construir un telégrafo desde Maine a Texas; pero puede que dichas ciudades no tuvieran nada importante que comunicar... Estamos ansiosos por excavar un túnel a través del Atlántico y acercar el viejo mundo al nuevo en pocas semanas; pero luego, la primera noticia que oirá la gran oreja estadounidense será que la princesa Adelaida tiene tos ferina.

Hoy el viejo y el nuevo mundo se comunica de manera inmediata, sin tener que esperar las engorrosas semanas de la época de Thoreau. Las mismas noticias del día son ofrecidas en Ushuaia y Bretigny-sur-Orge, en Singapur y Maside y, como escribe Neil Postman, toman la forma de eslóganes que son percibidos con entusiasmo y olvidados con prontitud.

La tos ferina cedió su trono a la fiebre porcina. Y hasta la próxima catástrofe inmediata, seguirá habiendo gente informada que se disfrazará de pandemia, con barbijos y guantes de látex de esos que usan los cirujanos para operar y los almaceneros para cortar jamón.